Son las 5:24 am de un domingo y yo escribo en la sala de la que en unos meses dejará de ser mi casa. Disfruto sabiendo que en un tiempo escribiré desde otros espacios, otra ciudad, otros estados emocionales. Des-habitar y re-habitar son dos actos vitales que se me dan muy bien desde que descubrí que me gusta eso de ser semi nómada, semi sedentaria, semi diseñadora, semi ama de casa, semi esposa, semi pájaro, semi árbol, semi humana, semi alma.
Y digo "semi", porque aparentemente me voy dando cuenta que yo, que amaba los totales, ahora amo ser un poquito de todo. Un collage de todo lo que me gusta (y de lo que no).
Escribo esto mientras escucho el agua ebullir, y al fondo: silencio absoluto. Me preparo el English Breakfast que tanto me gusta, con una miel negra de abejas proveniente del Bajo Cauca, que tiene notas amaderadas de panela y melao y un chorrito de leche (deslactosada porque si no termino inflada el resto del día). Nadie ha despertado en el edificio de enfrente, salvo los vecinos del octavo. No los conozco y eso me da un poco de pena. Así que me siento a escribir, a pensar, a sentir lo que la pausa aplazada ha ido acumulando.
Me gradué hace poco de cocina y pastelería, un sueño que luego fue proyecto y terminó convirtiéndose en realidad. Un amor que guardaba en lo más profundo de mi ser que poco a poco fue nadando hacia la superficie, transformándose en un majestuoso animal que ya no puedo ignorar. Tiene hambre, tiene ganas, hace ruidos y llama mi atención todo el tiempo. Su hábitat es la despensa, la nevera, el lavaplatos, el fogón y se alimenta de ideas, de platos, de diversión.
La cocina es tantas cosas, pero principalmente es un arte y como todo arte se construye. Dedicas horas y horas perfeccionándote, inspirándote, tratas de encontrar tu estilo, tu voz, tu caminar, tu danza.
De las cosas en las que más invierto mi tiempo es en consentir ese animal salvaje de la cocina, le compro libros sobre química de alimentos, sobre la ciencia detrás de los sabores, sobre la historia de la gastronomía, lo pongo a ver documentales y realities de cocineros y cocineras talentosos, lo pongo a escribir sus ideas, a dibujarlas, a que me enseñe cuál es su canto y su danza.
La cocina me ha enseñado que ese amor por ella, se estuvo entrelazando en mi vida hasta que me fue muy difícil ignorarla, sabía que quería ser cocinera antes de saber que quería ser diseñadora. Ese animal salvaje que se ocultaba entre los implementos de cocina de mi abuela, que escuchaba mis historias inventadas mientras conversábamos en el mesón, que se escondía en mis diminutas manos de niña al hacer arepas con maíz recién molido y en las papilas gustativas cargadas de sabores al meterme cualquier tubérculo crudo a la boca, que jugaba conmigo en la cocinita de plástico que me regalaron una navidad, ha crecido y ha reclamado un nuevo hábitat, la pasión que hay en mi corazón.
Quiere comerse el mundo y pasa, que yo también.
Decía en una publicación: yo no quiero ser la mejor cocinera del mundo, quiero ser una de tantas mujeres cocineras que entendió de qué va realmente la cocina: de sentir alegría. Ahora, esta bruja que soy tiene un don más para seguir cambiando el mundo desde adentro de su ser,
¿Qué sueño? honrar el alimento vital. Ser capaz de transmitir, como la artista que también soy, montones de emociones bellas e intensas a través de la comida, amar nuestros cuerpos con la alimentación consciente, apoyarnos los unos a los otros con el trato justo y conexión con los campesinos de nuestro país, promover el consumo local porque este país lo tiene todo. Yo quiero revolucionar conceptos, dejar de seguir haciendo lo mismo que por años nos ha restado valor, yo quiero cambiar nuestra relación con la comida, exaltar la cocina ancestral y esos productos que son joyas ocultas que deberíamos amar más y mejor. Soltar las creencias de que el 90% de los chefs talentosos son hombres, cuando la cocina siempre ha sido nuestra, de las mujeres, dejar de creer que en los restaurantes debe haber violencia, gritos y egos heridos para ser reconocidos, dejar el recelo con el conocimiento y las técnicas, soltar el ego (que ufff no se imaginan la cantidad de cocineros y chefs reconocidos que conozco que son frágiles con sus egos inflados).
Sueño con ser un punto de conexión con la vida, un lugar, una idea, una alegría, un instante de plenitud a través de la cocina para todo aquel que quiera recibirlo.
Así que aquí voy, con mi animal salvaje, buscando dónde más habitar, dónde más crear, dónde más revolucionar, dónde más poner enterita mi alma al servicio de este saber ancestral.
¡Estoy lista!
Posdata, la miel que mencioné es la Black Honey de Láfrica. Recomendada 100%
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